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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Empezaré desde el principio



Seguro que alguna vez os habéis imaginado el final de todo esto, quiero decir, la extinción de toda vida en nuestro fascinante planeta. Yo también lo soñé un día pero no como el fin infinito y perpetuo sino como un catártico Apocalipsis, un imparable cataclismo compartido con otros seres que habitaban otros mundos y que, por algún motivo, vinieron a fenecer con nosotros para participar, con su carga genética, en el advenimiento de un nuevo origen …

“En el Mundo Antiguo la única raza que poblaba la Tierra era la de los hombres. Duró mucho tiempo su hegemónica existencia. Explotaban todos los recursos naturales sin descanso. Multiplicaban su ambición y sed de poder para hacer suya la riqueza de la tierra. Nacían para morir con dominio sobre el medio que explotaban. Vivían en edificios de mineral sintético similar al blanquecino y translucido cristal de roca. Dicho material lo fabricaban con máquinas que imitaban los procesos naturales de formación geológica. Arrasaban bosques y selvas para instalarse con sus monolitos de roca sin respetar el equilibrio natural. Varios milenios tuvieron que pasar para que su hábitat terrestre mostrara sus últimos estertores. Cultivando sus mentes opacas tan sólo para dedicarlas a la imparable evolución tecnológica, consiguieron inventar todo tipo de aparatos: máquinas que creaban agua potable de la nada, otras que exhalaban oxígeno, artilugios que podían producir cualquier vegetal para ser consumido con sólo un movimiento de pulgar, artefactos clonadores de aquellos seres vivos que les eran útiles para su sustento y un sinfín de robotizados espectros que trabajaban día y noche para sus abominables vidas. Los astros observaban atónitos aquel ultraje al reino natural, impotentes, deseando que sus rayos fueran brazos que apartaran toda esta artimaña falsificadora del sencillo fulgor. Cierto es que la sabiduría del hombre era cada vez mayor a costa del mañana. De hecho, se crearon alianzas entre pueblos para gestionar el conocimiento tecnológico y así proseguir con la inagotable devastación del hábitat en el que el hombre había sido agasajado para después convertirse en su verdugo.
La población humana aumentó considerablemente y cimentó sus pétreos edificios en todo paraje virgen que pudiera habérsele pasado por alto. El humano ya no necesitaba al incauto ecosistema que lo trajo al mundo y que lo eligió de entre todas las especies para preservar la intacta belleza de su núcleo.
Seguramente emular el misterio del génesis de la existencia sería el nuevo e imparable desafío promovido por el hombre.

Pero un día de tantos sin retorno se desencadenó una insólita sucesión de catástrofes. Comenzó por la aparición, en la anochecida atmósfera, de enormes esferas silenciosas tejidas por un material orgánico y desconocido, que descendían de los cielos lentamente cual copos de nieve titánicos. Empezaron a levitar sobre tierra y océanos sin rumbo, moviéndose con la ingravidez propia de los globos de aire. Todo el conocimiento adquirido por el hombre durante estos milenios fue inútil para explicar semejante espectáculo visual. Dos días se mantuvieron las esferas orgánicas planeando por los aires. Y cuando el imperio de los humanos se dio cuenta de que nada de lo que habían aprendido servía para explicar este acontecimiento, se instauró el miedo apocalíptico intrínseco a la raza humana.
Cuando los globos celestes aterrizaron suavemente en la tierra, no tardaron los hombres en acercarse, desconcertados por su presencia, a aquellas monstruosas esferas vivas, duras y tibias, pues un sigiloso latido era percibido cuando en ellas posó el hombre sus manos de artificio. Antes de que la curiosidad humana diera el primer paso, los oscuros copos comenzaron a resquebrajarse y a abrir sus carnosos núcleos tal frutos desgajados por una mano invisible. De su recóndito interior emergieron criaturas extrañas que hablaban en lenguas desconocidas y mediante sonidos nunca percibidos antes en el Mundo Antiguo. Eran seres de diferentes especies, miles de ellas, por lo que, probablemente, procedían de lugares distintos. La fisonomía de cada ente era tan desigual como su idioma, de modo que era imposible comparar una criatura con otra sin perderse en ello. No estaban agrupados por especies sino más bien al contrario, se mezclaban entre ellos intentando vanamente hacerse entender los unos con los otros, hacinados, alzando todos a la vez sus dispares léxicos en un enjambre de sonidos y voces ininteligible.
Los hombres advirtieron que algo terrible ocurrió a estos seres que intentaban sin éxito compartir sus últimas vivencias. Mas el desconcierto de la raza humana era menor al de las criaturas pues al fin y al cabo el hombre seguía en sus dominios pero los seres celestes fueron transportados a tierras inéditas y hostiles. Indefensos, desprovistos de armas, de alimentos, de ambición e incluso de consciente equilibrio, escudriñaban el cielo sin cesar en un vano intento de dar sentido a toda su existencia. Unos gritaban, otros escondían sus rostros, unos se movían de un lado a otro alzando las extremidades, otros se sentaban en la tierra. Algunos permanecían inmóviles con la mirada perdida mientras otros forcejeaban entre sí virulentamente. Se abrazaban los más pequeños, otros parecían reír frenéticamente. Había seres que exploraban el entorno mirando hacía todos lados, otros giraban sus cuellos trescientos sesenta grados. Distintas estaturas, ojos negros, ojos rojizos, ojos siniestros, juntos, organismos con vello, sin vello, seres de todos los colores posibles e imposibles. Con cráneos orondos, espigados, minúsculos, afilados. Cuerpos enjutos, otros voluminosos y robustos, otros curvados hacia atrás, también hacia delante,… los ojos humanos no pudieron procesar tanta información visual. Antes de que el hombre pudiera acercarse a ellos se produjo una huida colectiva hacia todos los rincones de la Tierra.
Y el persistente afán clasificador de los hombres para registrar las especies que llegaron fue en vano ya que miles de seres comenzaron un éxodo generalizado  a todos los lugares del Mundo Antiguo, incluso a los más recónditos y deshabitados por el hombre. También fue una empresa baldía saber la razón de su llegada, procedencia y origen vegetal o animal de las funestas esferas que los transportaron. No se pudo descifrar ninguna de sus lenguas. No se descubrió si gozaban de poderes sobrenaturales y ocultos o si en ellos había fuerzas inconcebibles comprendidas sólo en sus mundos. Pero, sobre todo, la razón de su llegada fue la incógnita más universal planteada hasta ahora. Lo cierto es que una fatídica sombra vino junto a ellos y su presencia cambió el corrupto destino que estaban forjando los hombres.
Lo que ocurrió finalmente fue el Apocalipsis sospechado. La alarma social se expandió en todo el Mundo Antiguo, caos, miedo, crispación y violencia. Durante los días siguientes continuaron aterrizando cientos de globos carnosos que se adherían a edificios, bosques, desiertos, montañas,… repitiéndose el mismo proceso una y otra vez. Hasta que el número de criaturas venidas del cosmos superó con creces a la población humana. Ya no había guarida posible para la ingente masa alienígena que no podía ocupar ni una porción de tierra sin sentir el aliento de la omnipresente existencia de los Mundos. Y fue el hombre el que intentó buscar cobijo en rincones henchidos de cuerpos hacinados e inertes ya algunos. La espesa masa de carne y vísceras asfixiaba la superficie de la Tierra como un vómito sólido y hediondo.
Se desencadenó una gran tormenta en las aguas oceánicas que albergaban al también devastado mundo marino y los océanos comenzaron a tocarse los unos a los otros hasta que el Mundo Antiguo quedó completamente sumergido bajo una lengua oscura, salada y febril que arrancó de la Tierra, con la fuerza de su furia, todo cuanto había construido la raza humana llevándose consigo sus vidas y las de los seres recién llegados que vinieron para morir junto al hombre.
El silencio se convirtió en el único soberano y la Tierra Antigua y toda su historia se redujo a una endeble quimera, un eco lejano que impregnaba las piedras y los pulverizados restos de su civilización.
En el mundo marino la sombría tempestad acontecida desintegró sin más cualquier forma de vida animal o vegetal. Transcurrieron más de cinco millones de años de sol que seguía escupiendo luz al horizonte, ahora mudo y asfixiado por el agua… hasta que la vida despertó de nuevo a la plenitud del Océano. Un nuevo origen surgió y se inició una nueva evolución en las aguas dormidas. El incesante génesis del misterio vital no pudo soportar la eterna inactividad de su aliento.
El Océano comenzó a replegarse sobre sí mismo para dejar al descubierto lo que durante milenios fue su columna vertebral: una orografía terrestre absolutamente sorprendente e indescriptible.
Esta evolución fue distinta, tan asombrosa como irreal. Todas las especies animales y vegetales fruto del segundo origen serían la consecuencia de una simbiosis universal. La alianza biológica entre las miles de especies alienígenas y las que habitaban la Tierra fue un hecho irrefutable, una verdad que estaba gestándose sol tras sol. La receta evolutiva resultó de una mezcla aleatoria entre la carga genética de las criaturas cósmicas y la que contenían las especies terrestres.”

A esta nueva Tierra, de relieve imposible, de insólitos ecosistemas que cohabitan en un mismo espacio, donde seres asombrosos y extraordinarias fuerzas caminan a la par, la he llamado Tierra Naciente. Es allí donde a veces me encuentro y, como un testigo mudo, intento narrar todo lo que mi vista puede albergar, que no entender, sobre esta fascinante Tierra.



                                                      

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Empezaré desde el principio by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

3 comentarios:

  1. Querida Gabriela:

    Mi admirable nueva amiga.
    Hay veces que recorro mis blog Amigos para leer entradas mas antiguas. De esta forma llegué hasta aquí. Creyendo - iluso de mí - empezar desde el principio. Me he dejado llevar por el hilo de tu historia y este se me enrollo en la garganta. Caí en la vorágine de tus palabras como una mosca en una planta insectívora de la que salve no escapando sino renaciendo porque uno no puede ser el mismo después de leerte a tí.
    Estoy admirado de tu fértil imaginación y el exquisito caudal de tus palabras.

    Presumo que el no haber comentarios en esta entrada señala tus comienzos de blog, por lo que atrevidamente quise hollar con mi pisada el visginal espacio.

    Es un orgullo para mí tener como amiga a una escritora de tu calibre

    Un abrazo y besos mil

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  2. Querido Daniel, amigo mío, no sabes la emoción que supone que hayas llegado hasta aquí para leer uno de los primeros posts. Como ves no tenía comentario alguno pues, como bien deduces, eran los comienzos de esta bloggera.

    La admiración es mutua, te lo aseguro, y el cariño que empiezo a tenerte es verdadero.

    Gracias mil, para mí contar tu apoyo es muy importante y valoro muchísimo tu interés por mis letras.

    Un abrazo inmenso y otros besos mil para tí.

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  3. Parece una premonición de lo que podría suceder si finalmente ocurre lo que predijeron los antiguos mayas, es decir, el final de la humanidad a finales de año. Un relato muy bonito ...y da que pensar, por lo menos a mí.

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