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viernes, 15 de abril de 2011

Mitos, prostitución y licantropía

   



   



    El término “cancerbero” en nuestra actual lengua española es sinónimo de vigilante, guardián y otros vocablos de análogo significado. Pero la palabra “cancerbero” debe su origen a la fascinante Mitología Griega.

    Cerbero o Can Cerbero era un ser mitológico, el perro de Hades, un monstruo de tres cabezas que blandía por cola una serpiente. Can Cerbero guardaba la Puerta del Reino de Hades o el inframundo, y aseguraba que los muertos no salieran y que los vivos no pudieran entrar.

 ...  



    La presentí cuando desprende las hebras de piel el invierno. Petroleaba rostros el ocaso y el himen del viento estaba partido.

    Era una prostituta sonámbula que amalgamaba humo en las axilas y cólera urdida en las ingles. Solía sentar el tránsito fúnebre de sus nalgas en portales nocturnos y en latitudes blandas como ganglios de gelatina corrupta.
    Llegué apartando neblina hasta la vibración de una presencia uterina y sombría. Me alojé tras su reverso mudo y le peiné mechones jironados de cabello como lenguas bífidas y apelmazadas por el sólido semen de sus aniquiladores. A la intemperie exponía la columna vertebral, que a penas ensamblaba su carne, estaba roída como una espina boreal que adelgaza con el fuego.

    Y lloré sobre ovarios de desidia, tragué el ectoplasma de mi propia posesión para gritar que exorcistas las manos de todo aquel que extirpa vida de otros cuerpos, orfebres de infamia que punzan las más sumisas alhajas para labrar la rabia frágil y feroz, femenina…

    Ella y su prostíbulo cuerpo nació entre vientres tratantes de pellejo. Maceró en su piel la raíz del lanugo inmaculado, ese vello con el que todos veneramos al origen. La membrana de su niñez ocultó aquellos muñones de pelusa alojados como embriones voraces. Fue viviendo desgarros e inmundicias y poco a poco la carne traficada de hoy fue mutando en humus de una estepa que espesa las fibras capilares para ser escarpias resentidas.

    Yo seguía tras ella, esperando adorar voz y desamparo. Cuando giró su rostro y saldó la mortaja de sus labios para pedirme líquidos embotellados ya no había boca, eran fauces las que le robaban niebla al entorno, eran sus dientes los que estaban enhebrados con hilos de etílica saliva, y una sombra reventaba el espacio entre sus ojos como un hueso al que todavía le quedan cepas de sangre por devorar.
    Acerqué mis incisivos a la nuca de la fiera errante para evitar su dentellada y contra lajas de cabello atormentado murmuré mi trance vengativo: …licantropía… licantropía…

    Enloquecidamente hurgué el lodo suplicando huellas de perra, de ella. Enardecidamente las encontré y exigí lluvia para que rebosara de caldo sus pisadas y beber, de ellas.

    La catarsis ha de transmutar la rabia urdida en el odio para renacer en rabia simple y salvaje.

    Comencé a transfigurarme…

    Efervescencias crujiendo en lagrimales, párpados convexos, exudado de líquidos biliares, entramado de arterias que tiran de la carne como garfios purpúreos que descarnan. Fémures se agitan soterrados, esternón que detona, volatiliza el latido, las manos ocultan su humana procedencia, los labios se fracturan sobre la mandibular crecida, pabellones auditivos fragmentan el silencio para escuchar frecuencias invisibles, se despedazan sentimientos o recuerdos… y ya no soy capaz de proseguir con descripciones homínidas, ajenas a mi nueva y feroz naturaleza…


    Desde entonces persigo a un chacal mutilado que, con el vaivén de su cojera, va cardando el empañado de la niebla. Repele incesantemente mi cercanía porque sabe que es el cancerbero de la Puerta a los Infiernos. Impide mi acceso mientras habito el intramundo, o aquella dimensión entre el mundo de los vivos y el de los muertos.


    Ocupo un fragmento del espacio todavía sin resolver…






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Mitos, prostitución y licantropía by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

viernes, 8 de abril de 2011

La vida está en otra parte


   

    Pensar que la encumbrada institución del dogma forja elitismos y que éstos, a su vez, son un revulsivo contra la mísera vida de la muchedumbre es una antigua entelequia de adolescencia universitaria.
    Es allí donde lamía frisos de biblioteca o murmuraba sedales articulados para hilar la mente hasta dejarla madeja atorada, apretando instintos ahora devanados.
    Una silla triste de matices, sabiendo que era astilla, fue hurgándome el contorno para suplir al verdadero cordón umbilical, a aquel que constituye el único usufructo que se extingue con la vida y no al contrario.
    Pero un día cualquiera sin retorno, consciente de nadar sumergida en la falsa placenta, intenté alejarme de tanta anémona de papel sobre fondo de pupitre: la dócil e invocada Cerillera de Andersen fue sustituida por esa insoportable levedad del ser que inmortaliza Kundera:

    “Una chica que, en lugar de llegar “más alto”, tiene que servir cerveza a borrachos y los domingos lavarles la ropa sucia a sus hermanos acumula dentro de sí una reserva de vitalidad que no podrían ni soñar las personas que van a la universidad y bostezan en las bibliotecas. Teresa había leído más que ellos, había aprendido de la vida más que ellos, pero nunca será consciente de eso. Lo que diferencia a la persona que ha cursado estudios de un autodidacta no es el nivel de conocimientos, sino cierto grado de vitalidad y confianza en sí mismo. El entusiasmo con el que Teresa se lanzó a vivir en Praga era al mismo tiempo feroz y frágil…”

...

    Descalzada me alejé durante un tiempo de los terrarios que construyen los hombres. En ellos aspiran a pacer como bestias de civilización, incapaces de vibrar con la ofrenda de alborada que saliva sobre vellos y pieles, que consuma el cortejo como un panal de gotas. La atmósfera es un alambique o así comienzo a respirarla con mis nuevas córneas exentas de vidriera.

    El polen temprano espera su transmutación para consumar otras metamorfosis aladas. Sí, ya puedo distinguir cada uno de los ciclos del polen.

    El sentido y el instinto arcaico inician su reencarnación después de milenios levitando por los bosques, reclaman ser ligados en glándula y cartílago. De esta forma, sobre un desahuciado monolito, trituro enloquecida la terracota de mi corazón con otras vísceras que creí extintas.

    Las aves son limadura de libertad que gravita.

    Las huellas ya no son lo que eran o antiguas cicatrices de tacto necrosado. Son meros restos sobre el lodo de grandes y pequeñas amebas que se empujan en procesión.

    El imperio del agua, aquel que funda jabones y otros adulterios, se desvanece  en este retiro para ser un sólo bálsamo que limpie o atempere. Es esencia.

    Los hongos desvirgan las socas de roble con cierta laxitud porque saben que en el árbol ya no existe resistencia y, al igual que la soca, mi cuerpo permite que el parásito engendre sobre muslos o costado, aquí no tiene trascendencia, no como en aquellos terrarios en los que el parásito sí que mina identidades.

    Hundo los pies en alvéolos violeta o escarlata, son como los incesantes peldaños de aquella escalera de Penrose que se eterniza. Musgos que pellizcan verdes la duricia de lascas y cortezas para sonrojar lo árido. Tiempo oblicuo, helada gratinando, raíces son reservas… escucho el estallido de astas o comienza el otoño…

    Hasta que advierto abrevaderos que anestesian la vida silvestre, hasta que huelo cepos como postizas dentelladas que hurden mecanismos letales … estoy en un invernadero más, en una urna camuflada bajo la complaciente y preciada liturgia de la naturaleza que nunca dejará de servir a nuestra tiranía.

    Emprendo rauda el retorno a las aulas de la engañosa infabilidad, galopo más que nunca.

    Frágil y feroz muerdo con vértices de humo.
   
    Frágil, porque estos pies son al camino lo que es al amparo la chabola acribillada y al muñón la prótesis de esparto. Feroz, porque ya sé lo que es nivelarme rellenando con ortigas la carne que me falta, lo haré agachando los hombros contra el barro. Y así, mientras arranco tallos urticantes con una mano, vendimio piedras con la otra y recojo espuelas desechadas, lanzadas para ser obstáculos ahora que han cumplido con la llaga. Así se explota el mal al máximo en el mundo del que siempre huyo sin remedio.
   
    Frágil, porque cualquier gárgara de viento puede sodomizarme la garganta. Feroz, porque la boca aprende rápidamente a plagiar bramidos frugales, de esos que espantan al soplo del humano.
    Feroz, feroz, porque mis pasos a todo lo que aspiran es a ser un concurso fraudulento de uñas arrastradas compitiendo por avasallar el polvo.

    No atesoro ilusiones de rumbo definido porque sé que la vida está en otra parte…











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sábado, 2 de abril de 2011

Testamento salvaje

     


       El cortejo a la vid, un culto sostenido por el ansia a la despreocupación, al imprevisto, o enmendar el esquivo paradero de la dicha, o estimularla etílicamente enmascarando el torpe sedal que nos recompone.

      El cortejo a la vid, cuando la memoria terminal de la añada se preserva apadrinando doce frutos o tal vez se intente olvidar… es un placebo.

      El cortejo a la vid, cuando escucho a Tool y recuerdo la suplica de Keenan sobre la perpetua embriaguez mientras prepara sus viñas… hasta que un día cogí un grano de uva y lo observé al trasluz…sentí la querencia irrefrenable de quebrar su piel, atravesar la pulpa, llegar hasta el núcleo y quedarme allí dentro, observando la luz del día a través de su carne traslúcida… y quise volver…


...



      Vuelvo al bosque, a buscar fractales de liquen y enraizar emboscadas. Vuelvo al parto del fuego, a agasajar la aspereza cavernaria con suaves maquetas de pelo rupestre.
      
      Así es como regresa el salvaje.

      Vuelvo a libar las paredes de la gruta: los átomos de piedra exfoliarán mis vísceras y triturarán todos los cepos masticados que hacen que siempre suenen las alarmas, esas que el hombre impone para protegerse del hombre antes de acceder a las casas que lo representan.
      
      Así es como se purga el salvaje.

      Vuelvo a conquistar el sílex. Con su calizo serrín apelmazaré cada escarpia que sondó a través del párpado mis córneas. De este modo fosilizo pestañas y ensarto cada una de ellas para fabricar el collar o el mecanismo que me arañe la garganta con las uñas de los ojos, que vieron y vivieron desmedidos.
      
      Así es como macera la rabia el salvaje, para reorientarla hacia la caza y la supervivencia.

      Vuelvo a bramarle a los tallos que sólo soy una hembra que ansía desprenderse de la lámina que injerta la feminidad opulenta. Tan sólo dólmenes de niebla en el costado o lúnulas de musgo en los talones adornarán las ondas corporales.
      
      Así es como se equipa el salvaje.

      Vuelvo a desbordar de piel el tronco, a segar el agua con la lengua, a amasar el polen con el labio, a fingirle al rapaz que soy su presa, a inflamar guijarros cenicientos, a lloverle a la hierba hilos sonrosados, que mi ombligo recoja el agua para saciar la sed del animal que después me devore, a estallar el grito esencial contra el orbe antiguo, …
      
      Así es como hace el amor el salvaje.

      Vuelvo a proclamar que aunque exista la interinidad del color en la flor de temporada, hay eternidad en el azul enloquecido por el dogma del verde, hay esperanza en este azabache que pernocta sobre el buche de jade que cubrió la tierra hace milenios.
      
      Así es como mantiene la fe el salvaje.

      Vuelvo a postrar mi carne y mis huesos al entorno, es lo más valioso que mi consciencia reconoce y cuando fenezca, encogida en un jirón de estiércol, alimentaré a otros vitales ciclos sin derramar cenizas. No deseo verter mis restos sobre la superficie pues con ellos la civilización va emparedando la dócil placenta que amamanta sus corruptelas.
       
      Y si así es como debe morir el salvaje moriré salvajemente...


(Imagen perteneciente a la obra del fotógrafo ruso Igor Amelkovich)






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