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jueves, 15 de diciembre de 2011

Surrealista maldición de los reflejos










Varias mordeduras de cisne en el iris oscilan en jauría por la sierra. Ellas crearon la tiniebla del ojo. Sospechan frenéticamente levitando sobre un monopolio de frascos y válvulas prósperos de solana.

Intuyen que la ninfomanía de la bruma del día anterior ha lubricado el desangrado del vertedero del páramo.

Este asedio se pudo presagiar en la propia estructura de la ostentación del agua. Siempre ha sido longitudinalmente sucesiva pero ahora debe desplazarse a muñones por la loma. Porque el agua tiene miedo planea que su brillo se confite. Entonces comienza transitando horcajada, insomne, vesicular, malmetida, agolpada, sucia, a puños frescos, truculenta, serosa, rebanadamente hídrica, a nalgas de ponzoña que reptan por los riscos y las bestias.
Se ha desatado el declive del transcurso, la decadencia del reguero y su reverberancia, ha claudicado el flujo, toda corriente de agua se torna coágulo. El sólo concepto de derrame se extingue abruptamente. La vida se desdice.

En este estado de trashumancia linfática las pozas y las charcas se anticipan adherentes como cuajos de introspección gelatinosa. Y comienzan a irrogarse una belleza molusca, inimaginable de reprochar, e incluso medúseamente maceran todos los orificios de la sierra. Ignoran la existencia de tímpanos en las puntas del aire. Éstos urden perfiles ocultos, los expulsan y perpetran hasta que logran soterrarlos en la entraña del agua.

Una vez se hincan en la inquina termal los tímpanos eructan acecho reclinable: la misión es empalar todo tumor de líquido corrupto y vergonzante porque brilla.

Pero más incesto hay en el acecho que invierte en desangrados, más desvergüenza, porque no es lícito ser rapaz y gangrena al mismo tiempo, como no lo es ser ojo y carcoma: estas mordeduras de cisne abominan reglas y costumbres pues los creadores de este mecanismo no toleran que la horma del reflejo se exima de la vigilancia.

Allá supuran escarmiento un desahucio de desperdicios. Están apuñalando el ruinoso esplendor de sus bolsas raquíticas. Celebran al fin su venganza frente a las fauces de plástico que los convirtieron en testículos inmundos. Saben que se ha iniciado un nuevo orden, la crucifixión del rutilo. Es el momento de gozar de su apagado.

Justamente, en ese apartado de la loma hay una reserva de maldad del recuerdo, se percibe lo siniestro de lo premeditado pretérito: unos caparazones vacantes de caracol se fagocitan como prelados y hacen recuento de todas las mollas y babas y sueños que engulleron; carraspea un cardumen de latones violentos con lo que fue su apertura, una muerte fanática; se relame un orgiástico terrón de chapas y adherencias, parece un manojo carnívoro acordándose de lo que sostuvo la sangre;  hay liquen que no sabe esperar y se arroja contra las comisuras de alma de cualquier sombra. Todo ello vigoriza a este hórreo de astuta necesidad.


Pero el cenit de la conspiración siempre pretende raíles y los engranajes de toda unidad terminan cediendo a la infrecuencia, a la particularidad o al ostracismo.

Precisamente un teselado de labios de sosa pulula indispensable y tornadizo. Sus bocas forman parte de la forja de parásitos que murmura en el margen de las mordeduras. Aunque no hay voluntad en su apetito porque estas bocas lo que roen es lo que no escogen, lo que arruinan es lo que no rozan. Merodean junto al iris ya mordido y escarbado, desnutriéndose de lo que elige hurgar su ojo. Pronto sucumbirán y con ellas todo este rotor funesto.


Sin embargo en todos los valles, en las sierras, en los objetos interrumpidos, en los cuerpos, en la pérdida, en el polvo, en la sed, en el espasmo hay un fuego que se refleja en las posturas, un fuego que es de fiebre, de senda hecha fusil, de góndola bengala, hay un fuego de un material cantero, que talla y que ruge y que lanza. Si este fuego fuera capaz de decir lo que busca, tan sólo de nombrarlo, la vida sería una sátira de azufre rebuscando en el infinito otra forma de llorar.


*(La imagen es un dibujo propio hecho a lápiz sobre papel)
















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martes, 27 de septiembre de 2011

Poemas dedicados de Ana Muela Sopeña







ESPUMA DEL AZAR

A Gabriela Amorós, con mi admiración por tus letras y mi aprecio por tu calidad humana

Gabriela escribe siempre en un zigzag
a la noche, en la piel de la penumbra,
besando los presagios de Kochab.
Recita invocaciones del ayer,
irradia cual varilla zahorí
en el instinto abierto de una nube.
La estrella desafía a lo abisal
ahora que su sombra es más antigua.

A veces se aclimata en una hora
mientras mira despacio su gran álbum
o estrecha la negrura bajo el humo
rugiente como espuma del azar,
ondeando en el límite marino
sin temor a crepúsculos azules.


Ana Muela Sopeña


*****

Kochab: Estrella Beta de la constelación de la Osa Menor.



*****





POR LA HISTORIA PRIMIGENIA


A Gabriela Amorós, escritora original y deslumbrante.


I


Cabalgas por la historia primigenia,
para atrapar palabras escondidas
en minerales y árboles atávicos.


II


Encuentras en los códices perdidos
las voces del pasado
que viajan en los trenes de los sueños.


III


Te adueñas del lenguaje
que habita en las edades prehistóricas
y lo doblas con una maestría
de quien no tiene pánico a lo único.


IV


Te enfrentas a los monstruos colectivos
y amaestras diablos con tus dedos
de domadora de serpientes.


V


El instinto colectivo de la especie 
te tiene fascinada.


VI


Eres una amanuense
que en vez de residir
en algún monasterio medieval
resuenas con la época moderna
y viajas por los túneles del tiempo
como en novelas de ciencia ficción.


VII


Amasas las metáforas
en el atanor del alquimista
con el mercurio de los sabios
y el azufre que muerde a los demonios.


VIII


Leerte es una experiencia original.
Tú logras la inmersión en otros reinos
con espacios que algunos
por la doble moral imperante
pretenden reducir al gran silencio.


IX


Las piedras resonando en las marismas
archivan de tus letras
el númen que cautiva en el hechizo.






Ana Muela Sopeña.


LABERINTO DE LLUVIA
http://www.laberintodelluvia.com/

jueves, 15 de septiembre de 2011

El Ciclo del Destino



Dedicado al escritor, poeta y amigo Julio Díaz-Escamilla.









Una noche de brillo implacable la pértiga furtiva de un poeta salvadoreño saltó hasta mi puerta. Y engendró un titilo de palabras orgánicas, se alumbraban las unas a las otras en una placenta de humo, como las contracciones de una arcabucería remota cuya ronca bocanada se aproxima.




…Dos picotas de Llovizna rugen en sus manos. Les susurra que vayan a buscarte y explota irremediable la tormenta.

Llovizna. Desguace picado de Océano que los líquenes desecan a jirones.

Océano. Silo que cardas tu Pulpa hasta doler con los Temblores del Poeta.
Pulpa hasta doler porque Él te desclava, Él te encrespa el índigo mármol a penas sumergido y hace de ti su cantera.

Te encrespa el índigo mármol, estira el asta ultramarina punzando su estucado. Es lo que llaman Marea, porque Su Voz eriza al reclamarte.



Su Voz.



Es lo que llaman Marea, a Los Temblores del Poeta. Trovador de estepa, misionero de lucernas que boquea claveles de lino y arroyuelos. Da estocadas a Su Fuente y con la malla termal Enfunda Tu Barranco.

Enfunda Tu Barranco como todo Barranco, como un ánfora de ortos precoces embocando Sus Ascuas de Aire.

       Sus Ascuas de Aire son tu hambre o su lamento, Sus Ascuas de Viento son Temblor de raíles de labio o soplos que le llevan a Tu Cetro.
Sus Ascuas silban Pistilos sangrados y sarmientos, Pistilos que se anudan a tu Templo, a tu Nervio fascinado, a tu estola de hilo laminado.
Tu Nervio es Su Sangre, Tinta carcelera de ti y de Su Carne. Tinta que te van a rogar que rompas tu barreño.
Su Carne ya no es del tiempo, Su Carne excedida de ti se arranca momentos y altitudes, como la nieve que alivia y confiere soledad a los aludes.



Y en el corazón de la luz, en la más brillante carestía, tras el  armazón de su certeza más inabarcable e insumisa... se aprieta Su Voz.



Su Voz.



Mujer, escarba tu cabello, encuéntrale volutas a los juncos, hallarás su ofrenda cincelada de tanto concebirte. No has perdido aún tu realidad, comiénzate sobre la tierra, irrumpe, que delirada no sabrás que el barro oculta Su Voz, que en el subsuelo agolpan los latidos. Brótate, emana, que cuando siente cerca tu resuello se hace su silencio. Por ello aleja el hálito del lodo y honrará tu lejanía con Su Verso.

Su Verso. Latifundio de brillo acorazado por el lastre de Tu Cetro.

Su Verso. Irrefrenable reguero que hiende con terca nervadura. Derrame encendido e irreductible, exequia hirviente de Cirio febril y prodigioso.

Y como Cirio consagrado que se niega a consumirse, a dejar de avivarte, ha de arrebatarse sin tregua su unidad y su contorno.

Mujer, fragmenta ya el azúcar de Tu Cetro, desgránate siseante para Él como lo hacen los enjambres.


Así El Poeta descarna su última frontera, ora se derrumba, ora se imprecisa y tiembla para abarcarte de nuevo, para añorarte Su Voz con el gen de la Llovizna.




Su Voz.









Imagen perteneciente a la obra del fotógrafo norteamericano Mitch Dobrowner ( http://www.mitchdobrowner.com/ )  








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viernes, 26 de agosto de 2011

Cilicio de Centauro










Siempre supe que incinerando niebla
Enloquecían sus folículos de ocaso,
Por eso cargo mecha en los ojos
Para que me copule la pira del relámpago.

Siempre supe que los cielos retuercen sus varices
Para torturar el regocijo del rayo,
Que a su muerte anuncia
La descarga fallida de su orgasmo.

Siempre tuve la certeza de que me alumbraste
Anudando alféizares de chispa
Y embalarme así a tu bengala,
Que si me rabiaban a veces las arterias
Escarbando tus raíces arreciabas.
Así ardo y me arrastro y desguarnezco,
Disocio la lava de su piedra
Y mi sombra se enjuaga con materia.

Siempre supo esta matriz de fiera
Que el abrevadero que enervo entre los senos
Pudo ser de lana
Y que la lana se mustia con la niebla.
(Por ello digo que sólo quiero rondarle al fuego).

Dicen que a la muerte la excitan los derrames
Y a su vez en carne
Se ha de sepultar el gozo.
Yo digo que el gozo no posee terminales,
Es un nirvana
Y como tal brota de su cárcel.

Dicen que la máscara culmina
Apuñalando la identidad de su resguardo,
Pero yo sólo me calzo mi cilicio de centauro.
Así voy a buscarte con miedo y sin codicia,
Porque las bestias saben honrar sin apetito
Y no hay más voracidad
Que este deseo en el que habito.
-Nadie sabe lo que un cuerpo hincado
Entierra en su agonía.-
Entonces aparecen escaleras...
Y cuando ansío remontar algún peldaño,
Ostentarlo, exaltarlo y recorrerte
Desperdicio esta raza
De valquiria penitente.

Las escaleras no son para las fieras,
Las escaleras son hogazas ya lamidas,
Se nutren de esquelas
Y refriegas de zapatos,
y como un escapulario desplegable
Plastifican el recelo a las subidas.

Dicen que las ostras desgarradas
Pierden por amor sus astrolabios.
Y que estos ojos chillan centeno
Mientras menstrúa el mundo
Con parteras y sudarios.
Pero yo sólo me calzo mi cilicio de centauro
Y así sigo tropezando, salvaje y sometida,
Como la cuartada que exige el hombre
A su mitología.













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martes, 16 de agosto de 2011

El Delirante Anverso del Deseo










Cuando todo parecía doblegarse al crisol humano hubo una inversión fisiológica del entorno, una permuta entre ausencia y presencia humana.

Los hombres transmutaron a cardúmenes de aire y el aire devino corpóreo. La atmósfera hecha carne se convirtió en un organismo ecuménico, una omnipresencia carnosa acribillada por millones de vejigas de viento. Sí, cada una de ellas era el vacío que ocupaba el éter de cada vida o entidad humana. Y la imagen fue abominable: un esperpéntico navío jugoso relamía la tierra con la prodigalidad propia del naufragio.

Los espíritus, cuajados en sus tradicionales contornos dentro de aquella desproporción encarnada, lejos de intentar pertenecerse a sí mismos, ansiaban desagruparse para pretender la conquista de toda corporeidad circundante. Su angustiosa necedad por repelar cavidades e intersticios de cada horma carnosa era obsesiva. Y así es como la compasión del entorno por intentar salvaguardar intacta la silueta del hombre era desdeñada impetuosamente. Tal ambición humana por identificarse a través de superioridad, de imperio y de dominio sobre todo acopio de materia era una constante.

Sin embargo, el ser espectral pronto comenzó a soltar los antiguos lastres y miserias de la condición humana, se relajó, inició su desintoxicación y empezó a percibir cierta familiaridad en su nuevo estado, dentro de un cerco de carne. La razón de esta empatía es que, sea como fuere, siempre estuvo el espíritu apuntalado al organismo de los hombres y necesita sentir su fragua. Pero ahora era diferente pues la segregación del alma de su receptáculo era absoluta y con ese desprendimiento se sentía recobrada frente a todo el peso de la corporeidad.
Antaño, en el cuerpo de los hombres, el espíritu tan sólo se erigía en parte de un compuesto indisoluto. El reconocimiento de su independencia formaba parte del discurso propio de religiones y demás culto a las divinidades, que se encargaban de postular la separación entre cuerpo y alma, eso sí, pero una vez producida la expiración de su anfitrión.

De aquel modo es como el espíritu dejó de soportar la carga del organismo y deseó entonces gozar de su levedad. Y aspiró a deleitarse. En aquel momento una carencia sobrevenida pero intuida de algún modo frustró este deseo. El espíritu necesitaba una orilla, un punto de partida, estribos a partir de los cuales alcanzar su nirvana. Necesitaba materia y, por tanto, tuvo que reconciliarse con la carne.

Finalmente cada ente descubrió por sí mismo que sólo a través de su carne podría llegar a complacerse el espíritu.
Porque el gozo tan sólo es la súplica del alma para alejarse un instante de su cuerpo.
Así es como se eleva el espíritu hacia los Cielos y así es como coexiste sin insurrecciones.

Mientras tanto, un espectro urdía los sucesos que rodearon la inversión cómo un Apocalipsis. Sus predicaciones susurraban de espíritu a espíritu. Preconizaba la culpa de todos los hombres como causa universal de una extinción acontecida. Proclamaba que cuerpo y alma se habían disociado y ello no era más que consecuencia de la desaparición del hombre en la faz de la Tierra. Y aducía entonces que todo espectro quedaría soterrado en esta carne corrompida, a no ser que se iniciara el renacimiento a través del arrepentimiento y la devoción a un Espíritu Supremo o, de lo contrario, se les negaría a las almas el acceso al Reino de los Cielos. 

Lo que ocultó aquel espectro es que el Espíritu Supremo, como tal, necesitaba igualmente encarnarse en el cuerpo de los hombres para gozar de su exaltación.




Imagen perteneciente al retablo Infierno del Jardín de las Delicias de El Bosco.








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jueves, 28 de julio de 2011

Amanecer en clave nocturna



     

Lucerna matutina, no me cosas con ansia a mi esqueleto, deja que el ocaso me deshuese y así no habrá acueductos que encaucen mi carne.


La noche es para morirla, para arrastrarte sin que nada te componga.


Arpón constelado, desentierra de mí esta alambrada, desclávame el barrote sumergido que encarcela desde adentro, como una estaca apuntalada por derrames.
     
Hiérveme con ascuas de pantano y escúpeme el destello inyectado por tu barro. Este aerosol me perfora inversamente, igual que una vidriera de llovizna arruinada por el óxido.


Transfúndeme tu oscura sotana, quebrántala sobre estos relámpagos de seno y sangre, como desliz de pantera que descarna con sus fauces mientras besa.


Frota tus terrones de crepúsculo a mis yemas, que las varas de este billar ya no necesitan azules. Golpéame contra una bóveda de perla que de luna es para rendirse.

Este sudor antiguo simula un fósil de redes de bahía. Patíname entonces y espúmalo… aunque has de lloverlo antes, que fue rocío de ardor y reconoce su ciclo.

Te susurro desde estas tejas, o cánulas de labio y de locura, empeñando tan sólo la ocasión y tan poco el verbo. Y cada vez que la holocáustica alborada te ejecuta y seguidamente te absuelve, a ti, porque sabe que eres su fosa irrefutable, me intenta cardar en silencio los escombros pero crujen como pólvora sin gobierno y, por tanto, sin derrota.

Resbalemos siendo culebras mudando su escafandra y así nos recordaremos como lenguas confundidas pues nunca podremos distinguir de quién fue el cuerpo o a qué temblor pertenecimos.

Hazme de ti la sombra que nos pertenece, restituye a la luz tu sepulcro y quédate sin nombre, porque esto son estados donde el ser ya no tiene cabida y a donde nunca pudo llegar el hombre, que sólo busca identidades.

Enciende con tus brasas de ónice toda esta sangre que al fin se eriza sin cortafuegos ni presas. Ya sabes que ningún brillo negro pudo jamás apagarse.







Imagen perteneciente a una obra cosecha propia (o sea, pintado por mí, que me cuesta decirlo), óleo sobre lienzo titulado "Éxodo".









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domingo, 17 de julio de 2011

Génesis 0.0

       




       



        Cuando los hombros se derrotan proyectamos una sombra de hórreo, resignada, desidiosa.
La boca, única branquia que puede renacer engullendo a nudos el aire mientras oculta las patadas de su duelo.
El ocaso, noray de la conjura.


Le separo las nalgas a la noche y un ascua blanca se aprieta en un abismo de barranco. Parece un esputo terminal que reverbere encallado entre muslos sucios y tristes.
       
        El frío se desaprende, al igual que el miedo. No tiritaré, no enhebraré con vello el aire, no me escanciaré un cerco fraudulento para rendir la razón a su muralla. Veneramos a una cáscara inextricable que nos aísla de la terminación de nosotros mismos. Y dentro de ese caparazón existimos como cigotos exaltados.
        Y dentro de su vanidosa metralla cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para sentir el mundo.

       
        Decido despeñarme hacia la flema. Caigo abocardada como un borbotón de sangre o un reflujo de esperma (quién sabe si en una u otro se gestó la constelación de mi demencia).
        Mientras desciendo me destruyo, como rapaz que olvida su vuelo en el umbral del barrote, que hinca el préstamo de su carne y esqueleto hacia la faringe roída de su carcelero.
Intentamos burlar la deriva del camino primigenio, la ley que nos expande hacia lo incierto. Pero ahora, proyectil de sacrificio, empiezo a saberme materia…
       
        La vista, azotada por el vértigo, va demorando la imagen del ascua. Al fin aterrizo ilesamente, impugnablemente. Me cierno sobre el origen de aquella lucerna blanca: es una vaina de migas de nácar. Nada flanquea la indivisible rotura de su iridiscencia aunque presiento cercana la masculinidad del océano, se revuelcan los gramos del subsuelo. Si no fuera de sal mi coronaria ni la posidonia se hubiera blandido sobre estas encías no habría rumbo para descarrilar mis pasos. Y como esqueje que soy de marea, rauda encuentro la playa o una orilla de inhóspita rabia.

Nunca aparto la boca del agua, es un conducto.
Que se reconozcan en este paladar los naufragios, que se espeje la saliva con el fanal del océano, siempre fui el faro de los tercos.

Presiento que va a comenzar una adoración inverosímil, previa a su propia causa, razón o discernimiento.

El océano se espuma y jadea mortecino. Si el horizonte siempre gozó de solemnidades exento de verticalismos, ahora sus aguas irrigan pértigas que aguijonean a la mismísima autocracia de los cielos. Se erigen desde la lejanía como escarpias sin ley ni bautismo, como aspersiones desquiciadas, como hilos de baba de unas fauces inmensas que van aproximándose a la costa.

Retiro la visión, por extremista, y miro la franja de este litoral poseso. Veo cáscaras asfixiando la orilla, crujen como fritos de cerámica vidriosa y pretenden emular cadáveres de conchas pero son uñas desprendidas de seres indecibles. Los conozco a todos ellos, sé de sus patronos, de aquellos que las abandonaron declinando forcejeos. Todavía no entiendo la causa de esta insostenible certeza.

        Cuando reintegro mis córneas al océano descubro que aquellos mástiles disléxicos son ristras infinitas de presencias envueltas en mortajas sombrías (o así mi todavía conciencia lo registra). Se atornillan contra el aire levitando con el torneado propio de columnas salomónicas o tal vez son cadenas de ADN de la misma muerte.
        Comienzo a sentir la preexistencia de mis talones milenarios. Percibo cómo me voy aproximando a mi mismo cuerpo… sin embargo  permanecimos incrustados a esta orilla bulliciosa y arañante todo este tiempo,… no es posible. La confusión propia del laberinto entierra sus pasadizos en una clarividencia nunca antes conocida…

        A lo lejos se apolilla una pequeña figura al tiempo que se acerca hacia nuestro destino. Escucho los golpes de su pensamiento en el mío. Se registran sus pasos en mi carne, también sus desvaríos. Dice que todo lo que acontece aquí sucede fuera de tiempo y de la historia, no está catalogado, es previo a sí mismo. Mientras me usurpa pensamientos propios va susurrándome otros de su cosecha: ¿Quieres tocar lo que no han tocado antes los hombres? ¿Quieres escuchar lo que nadie todavía escucha? ¿Quieres que tu cuerpo se mueva a espaldas de tu consentimiento? Verdaderamente todo está por crear.

        Y ya no sé si me acerco yo misma o es la silueta la que se aproxima, si me conozco o me reconozco. Miro de nuevo el hervidero de uñas… sí, allí subsisten ahora las mías, junto con las nuestras, las distinguimos sin vacilaciones, allí se eternizan antes de su coexistencia.

        El contorno y yo nos sorbemos recíprocamente la visión y cuando advertimos que siempre hemos sido la misma vida, idéntico organismo, empieza a engullirnos hacia sí el tornado: a mí, a la mujer inescrutable, y a mí, a un anciano extenuado y errante.

        Percibimos como propias todas las inflexiones de los que generan la tormenta de sudarios, hasta que pasamos a ser del tornado, de la misma materia y única precognición verdadera.

Compartimos preexistencia, Una, Indivisible e Infinita.

Pronto inventaremos la fe en los edenes y perderemos el tiempo en aplazarnos, en diferirnos. Nunca nos alcanzaremos





Fotografía pertenenciente a la obra de Mitch Dobrowner, "Wall Cloud" ( http://www.mitchdobrowner.com/)








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domingo, 10 de julio de 2011

Embrión de poetas (Dedicatoria)



(Dedicado a Scarlet 2807, Rossana Arellano, Mercedes Ridocci, Julio Díaz-Escamilla, Toro Salvaje, Mixha Zizek, Diana Profilio, Pierrot, Raúl Ariza, Beatriz Cáceres, Morgana, Jorge Rodolfo Altmann y Eurice)

Nunca se besaron
Sus costados
Las almenas
Aun formando parte
De la misma huella.

Nunca el páramo dobló su espalda
Como una estera sumisa
Para abrirse a la floresta y al grano.

Nunca se alzó el crepúsculo
Para que la alborada midiera su fuero
Ni el hilo del ocaso
Brocó magnolias de magma.

Nunca lamió la espada
A la fragua que la tienta
Ni agrietó la escarcha su molde.

Nunca la ceniza resurgió como arteria
Ni los líquenes rodaron
Como egagrópilas de mármol.

Nunca el eco selló la garganta
A su frecuencia
Y rebatió su vasallaje
Por clamar su credo antes
Para invadir como elixir el aire
Con la extirpe torrencial de la insistencia.

Nunca se taló al rocío
Para honrar a los estratos de su fuente,
Ni se prendió cual brecha al témpano
Para forjar la blanca sierpe
Que al elevar el pálpito traza
El buche de su pájaro.

Nunca el éxodo fue más célula de labio
Que de andadura
Ni unos pétalos libaron
Tanta vendimia de polen
Para saberse manos.

Nunca el cristal
Atravesó la nube
De su eterna transparencia
Ni hubo lágrimas de albatros
Que golpearan
Idéntica cresta marina.

Pero ahora
Entre huestes de granizo incierto
Todo lo imposible se realiza
Y entre odas cenicientas
Intuimos el sabor de las mejillas.

Le pedimos a las moras
Que se abran como dedos
Para envolver a cada amanecida
Y como pértigas de helecho fatigado
Desplegamos las pestañas y la vela.


Y si en el útero materno
Nunca consiguieron
Brotar las alambradas
Este embrión de poetas
Es un puño, una fragua,
Es un único cabello que eriza su savia,
Es el filo de la sombra que a la luz baranda.

Y cuando las hogueras se derrumben entre niebla
Allí subsistirán las brasas, antes que las teclas.






(Imagen perteneciente a la obra de Vladimir Kush, "La danza del fuego").










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La emocion indomable by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.


(Dedicado a Scarlet 2807, Rossana Arellano, Mercedes Ridocci, Julio Díaz-Escamilla, Toro Salvaje, Diana Profilio, Mixha Zizek, Raúl Ariza, Pierrot, Morgana, Beatriz Cáceres, Jorge Rodolfo Altmann y Eurice)

miércoles, 6 de julio de 2011

Poema dedicado de Mercedes Ridocci

 

CICLÓPEO PICO - a Gabriela Amorós -




a Gabriela Amorós
http://www.laemocionindomable.com/


En lo alto de un cerro habitan letras blancas sobre páginas negras.
La sabia y joven reina del singular pergamino,
ataviada de azabache y claros de luna,
me recibe entre jeroglíficos de palabras.

A ciegas palpo los conductos de su alma,
a tientas recorro sus atávicos enigmas,
respiro sus símbolos secretos.

Poco a poco mi cuerpo se transmuta en águila.
Planeo sobre su feudo.
Con vista sagaz arranco con ciclópeo pico
luminarias de su piel sapiente.

Alzo el vuelo y en la distancia aún puedo sentir en mi costado
la cómplice sonrisa de la soberana reina del lugar.

Mercedes Ridocci


     Este es el comentario de Gabriela Amorós, espero paseis por "su reino" y saboreéis sus letras

    Una Reina evanescente traspasa el alambique de mi alma para magnificar el Imperio del Aire, para irradiar su néctar de ocaso y convertir a la noche en un mero disfraz.
     Majestuosa y libertaria tu presencia, Mercedes, mi amiga, poeta y belleza mecida por el éter, la presiento unas veces en mis textos y otras me deleito descubriéndote, sabiéndote en los mundos que me impulsan a escribir,... aunque otras veces siento que el pálpito de mis dedos sobre las teclas son obra de tu danza hechizada.
     Es un poema increíblemente maravilloso, de un impulso visual poderoso y un mensaje intenso. La imagen que elegiste me ha parecido muy especial y es curioso que así me imaginé el escenario.
     Gracias amiga mía, mi admiración y cariño, mi emoción por estos versos que me dedicas y también por toda tu obra poética que sabes que está hermanada con la mía.

     Ha sido maravilloso saberte aquí en la blogosfera.

     Un abrazo infinito.

.............................................................................................................................................................

     En el universo de Mercedes descubriréis un don que sólo pocos poseen. Si bien nuestro lenguaje escrito muchas veces deviene en insuficiente por no alcanzar la inmensidad de nuestras emociones y estremecimientos, la composición poética de esta Reina evanescente no sólo la constituye un océano de escritura excelsa sino que su cuerpo, libre de sedales y de redes, sí es capaz de expresar todo aquello, sí es capaz de descubrirnos que los contornos de la atmósfera pueden ser movidos por su danza, que es ella la soberana de su envoltorio, que hechiza la brisa con los gestos de su libre albedrío corporal para fundir su halo a lo intangible y que, en todo caso, los hilos son los del aire, que enreda a su antojo porque es su telar simbiótico.
     Iba a poner el enlace sin más pero me es imposible no seguir hablando de Mercedes Ridocci pues es un lujo encontrar esta bellísima trinidad entre escritura, danza y generosidad. 



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