Algunos de los rincones que integran el Universo de la Fantasía son transportados al mundo real en forma de parches escritos. Sí, es un proceso realizado mediante el uso del lenguaje, de nuestro lenguaje, inventado, por tanto, en este mundo y ajeno a la peculiaridad o, mejor dicho, a la anomalía del mundo fantástico. La palabra ha sido fraguada en el taller de lo humano pero, de momento, es lo único que tenemos (¡y gracias!) para intentar acercarnos a una digna descripción de sus delirantes espacios.
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El descenso, con su doloso lamido, comenzaba a oprimir las rodillas armadas de los guerreros, pues toda bajante acelera el ritmo a cambio de dolor. Pero el inicio de ecos silbados y otros sonidos anónimos que se empujaban entre sí para alcanzar al sigilo de la tropa distraía cualquier extenuación. El sendero empezaba a ser escoltado por una tumoración de tallos azules de crecimiento anillado que tendían sus círculos a lo largo del borde del camino para ser la voluptuosa envoltura de la travesía de la tropa. La altura de estos aros duplicaba a la de los soldados y de su órbita brotaban esquejes en forma de largas agujas que se ensartaban unas con las otras para buscar la mordedura de una especie de vesículas vegetales de pálida membrana con estrías violáceas. Estas ampollas, quizá con la apariencia de labios mortecinos rasgados por el rubor del hematoma, estaban rellenas de una poción traslúcida en la que parecían refregar sus espasmos miles de semillas rojizas. Tras ellas la efigie vigilante de la madera cuyo porte distante era abortado por la acrobacia de infinidad de insectos diminutos y de aves extrañas para los intrusos. De hecho Sarpo, que cepillaba con una de sus pupilas la alineación de aquellas huellas, reservaba su otra retina para sorprenderla con las nuevas especies de flora y fauna que entretenían el paso de los soldados. Sin desdeñar del todo el estado de alerta todos ellos se recreaban con el magnífico despliegue animal de la Selva de Selvas admirando, de un lado a otro, y de arriba abajo, todo cuanto les aparecía a su paso, como si de una expedición turística se tratara. Su marcha sostenida por la pendiente les permitía deleitarse más allá de lo necesario y tal condescendencia era hábilmente justificada por el Gigante pues era consciente de que la franca bajante era tortuosa y de que una vez abandonaran Silce no habría tiempo para la contemplación. Seguían sin púlpito celeste pero la luz era como el halo de cualquier amanecer.
Una bandada de espinas aladas aproximó sus filos hasta la retenida curiosidad de los guerreros para aletearles los brillos purpúreos del stelion. El abdomen de estas aves era como una fina astilla anaranjada, prolongada y ligeramente curva. Su extremo superior trinchaba un cráneo en forma de media luna rojiza y escarchada de diminutas plumas verdes entre las que se apretaban dos globos oculares ambarinos que ocupaban la posición central de la cabeza. Lo realmente hipnótico era vislumbrar como, al tiempo que revoloteaban, iban meciendo dos péndulos que colgaban de sendos lados de la cabeza del pájaro. Al aproximarse hacia los rostros de los óminos pudieron algunos de ellos revelar que sus desarrollados lagrimales se ahorcaban en un manojo de hilos imperceptibles que pendían de aquellos para acabar en discos plumados del mismo color pupilar. Y el pezón inferior de la media luna debía ser el pico de estas insólitas aves pues por tal vértice bañado en plumón emitían un graznido opaco y jubiloso. Aunque más que aletear tiritaban el músculo afilado que poseían como cuerpo para que el temblor les batiera la anarquía del plumaje, pues las alas no eran más que lechos de pluma que habían germinado hacia todas direcciones pareciendo, precisamente, un batido plumado. Cuando saciaron su delirio por el fulgor de las armaduras desaparecieron entre troncos y aros vegetales sin aplacar sus reclamos.
Al tiempo que las aves eclipsaban su cercanía un ser blanquecino y sin vello movía sus cinco extremidades para erizar el grano del sendero y seguir su rumbo hacia el otro lado. Eran cinco apéndices carnosos los que le proporcionaban un asombroso avance, pues la evolución de su uniforme movimiento era invisible a los ojos de los guerreros ya que éstos tan sólo apreciaban el cambio de posición tentacular como una superposición secuencial de imágenes. Algunos óminos se impresionaron al encontrarle a esta especie animal el parecido con una mano errante pues su estructura era similar: cinco patas delanteras coronaban un muñón desierto de la misma forma que los dedos rodean la palma. Pero el lechoso aliñado de la epidermis y su inquietante andadura sacrificaban su lúdico aspecto para tornarse fantasmal. Cuando hubo atravesado la senda postró la trasera de su muñón albino para defecar en el margen un plasma caliente, coagulado y oleoso cuyos vapores comenzaron a punzar al olfato más próximo, el de Sarpo. Se propagó el escocimiento con la descarga propia del relámpago y los guerreros apresuraron el paso para rebasar aquel cáustico cuajado. Cuando Sarpo retomó su posición inicial para proseguir rastreando la investidura del reino de la senda se encontró con un revuelto de arena tan cardado que le era del todo imposible distinguir, entre tanto bullicio de polvo, el paso de los óminos desconocidos objeto de su experto don explorador. Había impresas huellas de todo tipo como si el cauce del sendero fuera un largo retablo cabalístico de todas las especies de la Selva de Selvas.
De pronto la atmósfera selvática empezó a supurar su cristalina esencia. Un infinito goteo impregnó la arena, la madera, los tallos, la hoja, las armaduras, todo. Pero las gotas no se comportaban del mismo modo que lo hacen cuando caen siendo lluvia, pues no se desprendían desde arriba para despeñar su breve identidad sino que cada gota nacía de cada poro de aire como si éste fuera víctima de una extendida sudoración o quizá como si el propio aire fuera barro de cántaro tan henchido de humedad que extasiara su rezumar. El fenómeno era definitivamente extraordinario pues en algunas porciones de ambiente el destilado de partículas líquidas era tan copioso que distorsionaba la perspectiva de manera prodigiosa: granulaba la visión del paisaje espumando para ello la imagen. Y es que la secreción termal nacía de cualquier recodo de la atmósfera de modo que hasta la piel del rostro o incluso los ojos de los guerreros concebían la creación de cada partícula como si fuera su propia dermis, o incluso sus córneas, las que rezumaran.
Con este fragmento de Tierra Naciente y, precísamente, por respeto a sus revelaciones, cierro el ciclo fantástico dedicado a este planeta.
Imagen perteneciente a óleo de Wolfredo Lam titulado "The Jungle" (1942)
La Selva de Selvas by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Eres bastante detallista y un amplio bocavulario, tienes un gran potencial, y además de todo me gusta tu nombre jajajaja =) saluditos gaby!
ResponderEliminarDeliciosas y cuidadas descripciones que transportan a lugares mágicos. Historias muy bien estructuradas, sorprendentes finales en los que el azar juega el papel de hilo conductor. Consigues transmitir la emoción, esa emoción indomable que tan bien describes. Un auténtico placer leerte y seguirte a partir de ahora.
ResponderEliminarEnhorabuena Gabriela!
Denso y exquisito. Sólo leo este fragmento y de manera independiente a la historia que la ata ya me parece harto sugerente la idea de una expedición que concluye con la volatilización mutua de la propia piel de la tropa con el aire del paisaje mismo.
ResponderEliminarVeo que has visto la mudanza de blogs en las que ando metido. Sospecho que has encontrado en el primero una historia (Confesiones) que va en el tono de lo que haces en tu blog.
Buena escritura, densa y para pensar.
Saludos desde la Olla
www.piedrasdesopa.blogspot.com
Con lo que has publicado de Tierra Naciente, he gozado y he quedado siempre con hambre de más, saciándola en cuanto se producía una nueva entrega. Ahora, que al parecer cierras el ciclo, sólo espero la aparición definitiva de todo el conjunto. Ojalá sea pronto.
ResponderEliminarVaya Pepe! No sabes cuanto me animan tus palabras pues cuando emprendes semejante desafío, humildemente creo que la soledad pellizca con el vaivén de la incertidumbre.
ResponderEliminarMil gracias por tu apoyo pues tu opinión es muy importante para esta pseudo-aficionada.
Un abrazo.